viernes, 25 de junio de 2010

Enséñame la cara o disparo


No me gustas. El Partido Popular logró ayer escarbar los votos necesarios en el Senado para prohibir el uso del burka en lugares públicos, o lo que es lo mismo: si quieres ponértelo que yo no te vea. El inesperado apoyo de CiU significó los 131 votos a favor de la propuesta, en contraposición con los 129 que se opusieron, sin éxito, al disparate. Qué bonito. Islamofobia disfrazada de lucha por los derechos de la mujer. Que suenen los aplausos. Que toquen las trompetas. Que corra el vino y cantemos a coro. Claro, si vendes gato por liebre y te lo compran, la sonrisa ya no la puedes borrar. Porque nunca la abogacía por los derechos humanos crea tanta división. El ajustado resultado al menos sirve de consuelo al espectador impotente, llevándose la impresión de que no todos los jefazos se han vuelto majaras. Por otro lado, el espectador satisfecho ya no tendrá que torcer el gesto o cambiarse de acera al cruzarse con alguna de estas mujeres que al fin y al cabo, son las únicas inocentes en toda esta historia.

Te venceré. Nadie con dos dedos de frente verá con buenos ojos el burka. Nadie piensa que no se trate de una prenda con connotaciones vejatorias. Pero este tipo de decisiones no nos corresponde a nosotros. Ante un sistema radical hay que responder con tolerancia. Occidente tiene la responsabilidad de actuar con consecuencia, ejercer de conciencia y servir de ejemplo. Porque tenemos las herramientas para ello. Condenar, sí. Prohibir, nunca. Este tipo de actos conlleva a generar tensión y rencor innecesario. Porque negando un símbolo solo conseguimos hacerlo más fuerte. Bueno, eso y castigar a la persona que se ha criado respirando y creyendo en su significado.

No te temo. La evolución islamista ha de venir desde dentro. Desde el convencimiento y la voluntad de progresar. ¿No fuimos los cristianos tanto o más perversos que los más extremistas promotores de la yihad? ¿No ha tenido la mujer de occidente que luchar también por los más básicos derechos? ¿No se ha perseguido indiscriminadamente a minorías de todo tipo hasta ayer mismo? Pues eso. La influencia occidental, mientras tanto, se limitará a propiciar los elementos para el cambio, no a entorpecerlos. Actos como el ocurrido en el pleno del Senado responden a una necesidad generalizada en la población de controlar lo que no nos gusta y lo que nos inquieta.

En realidad, me importas muy poco. La maniobra del PP no responde a una voluntad de emprender acciones a Amnistía Internacional. El oportunismo y el juego populista enmascaran el clásico empeño de ganar votos y simpatías. Creando un problema que no existe y proponiendo una solución. Atendiendo a las necesidades egoístas de una España que es xenófoba en lo más profundo. El pretexto de la seguridad nacional se antoja ridículo: ¿acaso hay tantas mujeres en la calle ataviadas con burka como para considerarlo una amenaza? ¿No debería ser suficiente con pedirle a alguna de ellas que se identifique si resulta imperativo descartar una situación de peligro en un momento dado? No se encuentran argumentos que justifiquen un movimiento electoral atemporal y que no viene a cuento. O no deberían encontrarse. Que el odio conlleva más odio no es un cliché, es la verdad.

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martes, 1 de junio de 2010

Dana Delany y sus patas de gallo



(Contiene spoilers de la sexta temporada de Mujeres Desesperadas)

Hay algo magnético en la imagen de esta actiz de casi 55 años. No es la más guapa, ni la más escultural, pero su aspecto más natural destaca entre un reparto repleto de botox y divismo forzado.

Su look noir de tirabuzones rojizos y labios bermellón la coronan como esa diva que Mujeres Desesperadas llevaba buscando desde su inicio. Bree se parece cada vez más a una muñequita de porcelana (lo que estaba bien cuando significaba algo), Gabrielle es cada vez menos guapa y más hortera, y Susan se empeña en darle glamour a un personaje en esencia torpe y desaliñado.

Katherine ha sido la única capaz de aportar verdadero dramatismo a las tramas de misterio (normalmente protagonizadas por malísimos capaces de noquear a terminator de un solo golpe), gracias a sus ojos espectacularmente brillantes que siempre se han revelado como frágiles y honestos. Han sido sus ojos los que han convertido a Katherine en el personaje más intenso que ha vivido en Wisteria Lane, ya fuera en su intento de esconder la verdad, de agarrarse a un clavo ardiendo, o de sumergirse en el más absoluto delirio. Y sus patas de gallo no hacen otra cosa que magnificar dicha verdad.

Tras una sexta temporada que ha estado a sus pies, Delany desemboca en una serie para ella sola (ya era hora de que alguien reconociera el inmenso talento de esta señora), lo que a su vez supone un grandísimo revés para el programa que la ha visto nacer. Porque Katherine ha sido lo mejor y casi lo único destacable de esta última tanda de capítulos. Siempre he defendido Mujeres Desesperadas como una magnífica cantera de actrices, pero es que Delany se las ha comido a todas. Era muy fácil caer en el ridículo con un material tan exagerado y culebronesco, y el efecto obtenido, en cambio, ha sido tan bueno que recordaba por momentos a los grandes resultados que la serie ofrecía en un principio. Pero cuidado, aquellas escenas sin Katherine volvían al descarrile y naufragio habitual.

Por eso me ha parecido muy feo el desprecio hacia su personaje en su salida del show. Justo después de lograr salir airosa tras la proeza de convertirse en lesbiana cuando, literalmente, mataba por Mike, los guionistas le regalan a Katherine una despedida lamentable, desdibujando y dejando al personaje en el peor lugar imaginable. ¿Alguien se cree que esa Katherine oscura, con coraje, con planta, descaro, gallardía y tantísimo estilo, de verdad se iría del vecindario por miedo a los cotilleos?

Vete, Delany. Vete y no vuelvas.
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