viernes, 24 de diciembre de 2010

Si acaso te encuentro, te salvo

(Puede contener spoilers)

La revolución de Buried proviene de su apartado técnico. Que es la primera película cuya acción transcurre íntegramente en el interior de un cajón de menos de dos metros de alto por medio de ancho. Que la loable tarea del realizador Rodrigo Cortés supone una apertura hacia nuevas metas y modos. Y todos los comentarios generados, o la mayor parte de ellos, están destinados a sustentar (o desmontar) la fuerza de esta premisa, a admirar el ritmo constante, in crescendo; la lograda sensación de angustia y opresión; la sorprendente y portentosa actuación del musculado Ryan Reynolds.

Pero poco he leído acerca de lo válido y visceral del libreto, obra de Chris Sparling, que desde luego no es revolucionario en lo que a contenido político y de denuncia se refiere (sobre todo en un terreno tan pisado como es el contexto de Irak), pero que es el verdadero sustento de la película y único medio para hacer que todo lo anterior funcione.

La fuerza de Buried radica en la empatía creada en torno al protagonista. El espectador se pone en la piel de Paul Conroy con una facilidad inusitada, y al igual que él, se siente indefenso, impotente, a merced de las personas equivocadas. La confusión, la sospecha ante cualquier fuente de información, el estado de paranoia, son fases por las que la mayor parte de nosotros pasamos sin la necesidad de entrar en la caja de madera que atrapa al protagonista.

La capacidad para provocar reacción ante las injusticias ha ido desapareciendo a medida que nuestra resignación y convencimiento de incapacidad se ha ido implantando a través de bombardeo dañino y malintencionado. Ante esto, la propuesta de Sparling es tremendamente efectiva, pues el final es tan destructivo como la realidad misma, y perder de esa forma a la persona con la que hemos conectado íntimamente (último contacto con una esposa compasiva y desesperada, nada que legarle al hijo ausente en un triste intento de testamento, últimas palabras con una madre enferma que no te reconoce ni puede), es demasiado difícil de aceptar. Pues Paul Conroy es uno más. Engañado, manipulado, abandonado. Sólo uno más. Sacrificable.

La revolución de Buried, como hemos dicho, es técnica, pero el trasfondo político es novedoso por radicalizado y necesitado. Porque pone al espectador en verdadera posición de jaque, en estado de alerta ante el abuso indiscriminado, ante el exacerbado poder, cuya última preocupación es velar por el bienestar de cualquiera de nosotros.

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miércoles, 10 de noviembre de 2010

Citas de Series: Glee


"Prejudice is just ignorance, Kurt."
(Blaine - 2x06. Never been kissed)
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domingo, 26 de septiembre de 2010

"Al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver"


"Tú eres la cosa más maravillosa y hermosa del mundo, Frank: Un hombre".
April Wheeler.

Tal vez Revolutionary Road se pasaba de descorazonadora. Tal vez por ese motivo pasó de puntillas por la taquilla; fue ignorada en los irremediablemente imprescindibles premios Oscar. American Beauty fue, en su día, una propuesta rompedora, triste, que exploraba el vacío existencial sin tapujos ni miramientos. Pero de su acabado final se desprendía una sensación optimista: hay cosas bellas en el mundo. Aunque no sepamos verlas. Las hay. La última cinta de Sam Mendes es mucho más destructiva: no hay esperanza, no hay tregua, no existe compasión hacia el desconsolado espectador.

Hay dos formas de convivir con tu genio: o le tratas de tú a tú y te sirves de él para hacer algo constructivo con tu vida; o te dejas devorar por él. April Wheeler sabía que era especial. Que su vida estaba destinada al logro, a la satisfacción. Que había algo más allá, más que planchar ropa y servir desayunos. Pero conoció a un chico, escuchó de su boca cuatro chorradas y terminó como otra más de todas esas mujeres que cocinan y planchan.

Es duro comprobar que incluso la gente que te rodea es capaz de percibir ese "algo más" en tu interior, que tras mudarte al número 12 de la "Vía Revolucionaria" todo se acartona y se vuelve gris, que ni la maternidad ha cumplido las expectativas creadas. Luego ves por la tele que hay científicos inventando curas para las enfermedades más variopintas, deportistas que se prueban a sí mismos cada día, todo mientras la vida pasa a través de las ventanas de tu casita suburbiana y perfecta. Porque esos jardines de pretencioso verde brillante, esas inmaculadas fachadas de estudiada combinación de color pueden matar el alma a cualquiera. Porque no es April Wheeler la única víctima de vacío existencial en el barrio.

Y es que todos sabemos cómo concluye el viaje. Acallas tu espíritu y aprendes a vivir con lo que tienes. A ver el vaso medio lleno. A llorar en un rincón cuando no puedes más y pretender que nunca ha pasado. Pero April recuerda sus sueños de juventud, recuerda París y las promesas incumplidas y decide luchar contra el hueco que devora poco a poco sus entrañas. Pero el autoengaño jamás debe ser empuñado como arma de guerra, y por supuesto, fracasa. Poco a poco el vacío se convierte en la nada más absoluta (ni si quiera es capaz de contestar cuando su marido le pregunta si realmente quiere a sus hijos), y siente que no puede permitir que este sentimiento salpique a un futuro bebé. Nada tiene sentido. Y cuando las palabras de un desequilibrado mental sirven para arrojar algo de luz al camino que intentas seguir, la cosa ya no tiene vuelta de hoja.

April sabe que hay una verdad, pero desconoce su naturaleza y jamás podrá alcanzarla. Llegados a este punto, esa es la única certeza que posee. Ante esto, reúne sus fuerzas y toma una drástica decisión.

El resto es historia.

NOTA: La cita incluida en el título es un extracto de la canción Peces de ciudad, de Joaquín Sabina.
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martes, 21 de septiembre de 2010

viernes, 25 de junio de 2010

Enséñame la cara o disparo


No me gustas. El Partido Popular logró ayer escarbar los votos necesarios en el Senado para prohibir el uso del burka en lugares públicos, o lo que es lo mismo: si quieres ponértelo que yo no te vea. El inesperado apoyo de CiU significó los 131 votos a favor de la propuesta, en contraposición con los 129 que se opusieron, sin éxito, al disparate. Qué bonito. Islamofobia disfrazada de lucha por los derechos de la mujer. Que suenen los aplausos. Que toquen las trompetas. Que corra el vino y cantemos a coro. Claro, si vendes gato por liebre y te lo compran, la sonrisa ya no la puedes borrar. Porque nunca la abogacía por los derechos humanos crea tanta división. El ajustado resultado al menos sirve de consuelo al espectador impotente, llevándose la impresión de que no todos los jefazos se han vuelto majaras. Por otro lado, el espectador satisfecho ya no tendrá que torcer el gesto o cambiarse de acera al cruzarse con alguna de estas mujeres que al fin y al cabo, son las únicas inocentes en toda esta historia.

Te venceré. Nadie con dos dedos de frente verá con buenos ojos el burka. Nadie piensa que no se trate de una prenda con connotaciones vejatorias. Pero este tipo de decisiones no nos corresponde a nosotros. Ante un sistema radical hay que responder con tolerancia. Occidente tiene la responsabilidad de actuar con consecuencia, ejercer de conciencia y servir de ejemplo. Porque tenemos las herramientas para ello. Condenar, sí. Prohibir, nunca. Este tipo de actos conlleva a generar tensión y rencor innecesario. Porque negando un símbolo solo conseguimos hacerlo más fuerte. Bueno, eso y castigar a la persona que se ha criado respirando y creyendo en su significado.

No te temo. La evolución islamista ha de venir desde dentro. Desde el convencimiento y la voluntad de progresar. ¿No fuimos los cristianos tanto o más perversos que los más extremistas promotores de la yihad? ¿No ha tenido la mujer de occidente que luchar también por los más básicos derechos? ¿No se ha perseguido indiscriminadamente a minorías de todo tipo hasta ayer mismo? Pues eso. La influencia occidental, mientras tanto, se limitará a propiciar los elementos para el cambio, no a entorpecerlos. Actos como el ocurrido en el pleno del Senado responden a una necesidad generalizada en la población de controlar lo que no nos gusta y lo que nos inquieta.

En realidad, me importas muy poco. La maniobra del PP no responde a una voluntad de emprender acciones a Amnistía Internacional. El oportunismo y el juego populista enmascaran el clásico empeño de ganar votos y simpatías. Creando un problema que no existe y proponiendo una solución. Atendiendo a las necesidades egoístas de una España que es xenófoba en lo más profundo. El pretexto de la seguridad nacional se antoja ridículo: ¿acaso hay tantas mujeres en la calle ataviadas con burka como para considerarlo una amenaza? ¿No debería ser suficiente con pedirle a alguna de ellas que se identifique si resulta imperativo descartar una situación de peligro en un momento dado? No se encuentran argumentos que justifiquen un movimiento electoral atemporal y que no viene a cuento. O no deberían encontrarse. Que el odio conlleva más odio no es un cliché, es la verdad.

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martes, 1 de junio de 2010

Dana Delany y sus patas de gallo



(Contiene spoilers de la sexta temporada de Mujeres Desesperadas)

Hay algo magnético en la imagen de esta actiz de casi 55 años. No es la más guapa, ni la más escultural, pero su aspecto más natural destaca entre un reparto repleto de botox y divismo forzado.

Su look noir de tirabuzones rojizos y labios bermellón la coronan como esa diva que Mujeres Desesperadas llevaba buscando desde su inicio. Bree se parece cada vez más a una muñequita de porcelana (lo que estaba bien cuando significaba algo), Gabrielle es cada vez menos guapa y más hortera, y Susan se empeña en darle glamour a un personaje en esencia torpe y desaliñado.

Katherine ha sido la única capaz de aportar verdadero dramatismo a las tramas de misterio (normalmente protagonizadas por malísimos capaces de noquear a terminator de un solo golpe), gracias a sus ojos espectacularmente brillantes que siempre se han revelado como frágiles y honestos. Han sido sus ojos los que han convertido a Katherine en el personaje más intenso que ha vivido en Wisteria Lane, ya fuera en su intento de esconder la verdad, de agarrarse a un clavo ardiendo, o de sumergirse en el más absoluto delirio. Y sus patas de gallo no hacen otra cosa que magnificar dicha verdad.

Tras una sexta temporada que ha estado a sus pies, Delany desemboca en una serie para ella sola (ya era hora de que alguien reconociera el inmenso talento de esta señora), lo que a su vez supone un grandísimo revés para el programa que la ha visto nacer. Porque Katherine ha sido lo mejor y casi lo único destacable de esta última tanda de capítulos. Siempre he defendido Mujeres Desesperadas como una magnífica cantera de actrices, pero es que Delany se las ha comido a todas. Era muy fácil caer en el ridículo con un material tan exagerado y culebronesco, y el efecto obtenido, en cambio, ha sido tan bueno que recordaba por momentos a los grandes resultados que la serie ofrecía en un principio. Pero cuidado, aquellas escenas sin Katherine volvían al descarrile y naufragio habitual.

Por eso me ha parecido muy feo el desprecio hacia su personaje en su salida del show. Justo después de lograr salir airosa tras la proeza de convertirse en lesbiana cuando, literalmente, mataba por Mike, los guionistas le regalan a Katherine una despedida lamentable, desdibujando y dejando al personaje en el peor lugar imaginable. ¿Alguien se cree que esa Katherine oscura, con coraje, con planta, descaro, gallardía y tantísimo estilo, de verdad se iría del vecindario por miedo a los cotilleos?

Vete, Delany. Vete y no vuelvas.
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jueves, 27 de mayo de 2010

El precioso final de Lost


(Spoilers de la Series Finale de Lost a lo largo de todo el post)

Bueno, que iba a haber controversia ya se sabía. La complicada naturaleza de la serie y la heterogeneidad de públicos hacían imposible un final a gusto de todos. Aún así, me ha sorprendido la mayoritaria reacción de rechazo ante el incumplimiento de unos objetivos fantasma.


Teníamos todas las pistas tras los primeros cinco o seis episodios de esta sexta temporada. Sabíamos por donde estaban llevando el asunto. El capítulo final no puede resultar en ningún caso una sorpresa. Al menos, no una desagradable: El final de Lost ha sido todo un regalo, al espectador, a los personajes. Un regalo precioso y poético, que cierra círculos y completa fotografías. Y no sólo este The End, la temporada completa ha sido una continua exhibición de guiños y detalles que engrandecen un relato muy pensado y esctrito con mimo y cariño:

En la realidad alternativa, Kate es inocente; Locke acepta su parálisis a la vez que goza del amor de Helen y de su padre; Sawyer no es un timador de tres al cuarto, sino un reputado poli; lo que antes simbolizaba el yugo de Sun en su matrimonio (el famoso botón) ahora simboliza liberación; Sayid cuida de Nadia mientras, sorprendentemente, tenemos que esperar a que encuentre el amor verdadero; Ben gasea su padre no para dañarle, sino para sanarle, a la vez que mantiene a Alex cerca; y Jack tiene un hijo, que es el símbolo más poético (y al final, triste) de redención: Una oportunidad para no repetir los errores de su padre y cumplir su papel de guía de forma completa con una persona que es enteramente para él.

La reacción automática ha llevado al público a condenar el final de la serie. Estoy seguro de que con el tiempo el capítulo alcanzará la categoría que realmente le pertenece y ocupará su lugar como el gran cierre que es. Que en la realidad alternativa estén todos muertos y que esta no sea otra cosa que una especie de limbo en el que los distintos personajes se van reencontrando no responde a una salida improvisada o apresurada por parte de los guionistas. Es un final lógico y certero, un regalo a unos personajes que necesitaban redimirse, que en muchos casos, murieron de forma injusta y tristísima. Esta situación propicia lo que son los mejores momentos de esta final: las secuencias en las que los protagonistas conectan o se activan para recordar su vida en la isla son oro puro: recapitulan una trayectoria, en algunos casos suspendida muchas temporadas atrás (el caso Shannon o Libby son el principal paradigma de lo emocionante que resulta remitir a los orígenes), hacen referencia a un viaje del que nada parece haber ocurrido en balde. Todo aderezado con la estremecedora banda sonora de Michael Giacchino, que nos lleva acompañando durante toda la serie. Pero no sólo eso: la escena final es un nuevo ejemplo de círculo que se cierra, todo un auto homenaje al inicio de la serie que transpira verdad y puro sentimiento. ¿Qué diablos importa ahora el motivo por el que la estatua tenía cuatro dedos en vez de cinco?

Siempre es más efectivo el matiz a la evidencia, la pista a la verdad absoluta. Si la isla hubiera sido etiquetada, clasificada, explicada de arriba a abajo, habría perdido la magia, el misticismo, el misterio, el encanto. ¿Con qué nombre podríamos denominarla sin cargarnos su esencia? ¿Inframundo? ¿Nave espacial? El resultado habría sido una gran carcajada. Tenemos precedente: cuando se ha verbalizado de manera final y absoluta la respuesta a un enigma, el resultado ha sido anticlimático, artificioso. Al menos es lo que a mi me ocurrió cuando Hurley explicó la naturaleza de los famosos susurros.

Tenemos una respuesta mucho más satisfactoria y que eleva aún más la categoría de ese trozo de tierra místico: La isla como recipìente de una luz infinita, que es vida y muerte, que sana física y mentalmente, que proporciona las herramientas que necesitan aquellos que están perdidos para encontrarse a sí mismos. El resto se puede interpretar, aventurar. Conocemos la isla lo suficiente como para hacernos una idea de lo que ha estado ocurriendo.

Cada cual puede ejercer su derecho de sentirse decepcionado o ultrajado. Aunque haberse esperado al capítulo final y aferrarse a él como última esperanza para recibir explicación científica era temerario e inadecuado. Pues estábamos advertidos: no sólo los creadores habían reiterado que no sería un final de respuestas, sino que durante toda la serie hemos asistido la progresiva inclinación de la balanza en favor de la fe y en desprecio de la ciencia. Y esto no es algo que aparezca con las últimas temporadas: en el episodio 2.01, titulado hombre de ciencia, hombre de fe; el hombre de ciencia (Jack) asiste a un milagro cuando su futura mujer recupera la movilidad de las piernas, todo mientras el hombre de fe (Locke) le pide reiteradamente que crea. Quiero decir, ¿cuántas referencias más a Alicia en el País de las Maravillas hacían falta? Así pues, había que hacer una concesión: dejar que la magia rellene los huecos que la ciencia no iba a poder rellenar. Todo el que lo haya hecho, habrá disfrutado del sobresaliente final. Y sí, los supuestos comentarios de los creadores que aparecían transcritos en la red de que todo tenía explicación científica nunca tuvieron demasiado sentido.

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domingo, 23 de mayo de 2010

Sexta temporada de Anatomía de Grey: Cambiar no es lo mismo que crecer

(Spoilers de la Sexta temporada de Anatomía de Grey a lo largo de todo el post)

La temporada que lo cambiará todo. Así se publicitaba Grey's durante el verano de 2009, y nadie pensó que la cosa sería para tanto. Pero la serie ha cambiado. Mucho.


Para empezar, perdemos a uno de los cinco protagonistas (uno de esos que sólo habría que perder al término de la serie) nada más empezar, y a otro (ídem de lo anterior) a mediados de temporada. El hospital se colma de rostros nuevos y ajenos, y la mismísima Meredith pierde presencia por razones ajenas a la producción. Considero, sin embargo, que ante la adversidad, supieron solventar el problema con creces: El doble espisodio inicial dedicado al dolor y al duelo ante la pérdida de un ser querido (nadie tan querido tanto por público como personajes que el bueno de George) es una auténtica joya:

Actores inspiradísimos, dolor tangible y real, elegancia y emoción a raudales y una escena tan brillante que debería ser estudiada: Toda la secuencia en el funeral supone sencillamente uno de los picos máximos de calidad que esta serie ha ofrecido a lo largo de su existencia. La esencia de Grey's resumida en unos pocos minutos: adolescentes emocionales que no saben lidiar con lo que sienten, que expulsan emociones como si fueran bombas y artillería, incomodidad de sentimientos que o bien son frustrados o expresados con altavoz y pancartas cuando ya no puede aguantarse más. Me consta que muchos sintieron el acto como una falta de respeto a George. Qué tontería. No cuesta nada imaginarse a O'Malley riéndose junto a sus amigos de la pelirroja aquella no podía parar de llorar. O de que Meredith (¡Meredith!) se ha casado vía Post-it con McDreamy. O que Izzie y Alex (¡Alex!) se han casado de verdad. O que Izzie tiene cáncer. O que a él le ha atropellado un autobús. Porque de repente la vida a dejado de tener sentido alguno y o te ríes a carcajadas o te vas a colgar de la encina más próxima. No obstante, la expresión rota y desencajada que queda tras la carcajada lo dice todo.

Los capítulos inmediatos son puramente Grey's: Izzie volviendo a ser la que era, Cristina ofreciendo una vis cómica impagable, y Grey atrapada de nuevo en una de esas corrientes existenciales que remueven cimientos y con las que a la doctora le cuesta tanto lidiar. La excusa para sacar a Ellen Pompeo del rodaje (debido a su embarazo) no puede resultar más apropiada: Grey hace frente a sus fantasmas y decide ayudar a su padre donándole su riñón. Nuevo punto para Meredith y una nueva muestra de cuanto ha crecido este personaje desde que se nos presentó como una auténtica incompetente emocional.

Ante la pérdida (temporal) de la protagonista, es de alabar cómo se afronta la nueva situación. Optan por explorar nuevas formas de contar historias, inéditas hasta ahora en Grey's, de las que nacen un episodio estilo ER divertidísimo o un par centrado en uno solo de los personajes al más puro estilo LOST. En concreto, el protagonizado por Arizona es de lo mejor de la temporada: Jessica Capshaw lo hace formidablemente, y la resolución termina con una declaración tan honesta y brutal que incluso hace que vuelva a instalarse en el estómago ese pequeño nudito que solía aparecer con cada fin de episodio cuando la serie se encontraba en sus mejores momentos.

Como digo, el arranque de temporada es brillante, pero a partir de la llegada de Altman y coincidiendo con el ascenso de Dereck a la jefatura, la cosa adquiere un cariz muy feo. La cantidad de episodios narrados por el doctor Shepherd y la continua obsesión de los guionistas por venderlo (ahora) como el hombre perfecto restan intensidad e interés al relato e instala en la monotonía y en el conformismo a la pareja cumbre de el universo Grey's. También tiene parte de responsabilidad en el devenimiento de las tramas la ya mencionada Teddy Altman, que si bien hace una entrada prometedora, demuestra que es incapaz de cargar con el continuo peso del foco central. Teddy pasa de secundaria a prácticamente protagonista en cinco minutos, y sinceramente, carece de la empatía suficiente con el público como para llevar tanto peso sobre sus hombros. El triángulo formado con Owen y Cristina pierde interés muy rápidamente, y al final todo se reduce a una decisión del pelirrojo, que ha perdido carisma a raudales y se ha convertido en una especie de bobo de voz grave y gran corpulencia que no sabe qué hacer ni qué querer. Mención aparte merecen los famosos Mercywesters, que llegaron siendo odiados y se marchan de la misma forma (hay que destacar en este sentido las pedantes palabras de la antipática creadora de la serie: "Si les odíais, habremos cumplido nuestro objetivo". Quedó demostrado a los dos capítulos, cuando no tenían ni idea de qué hacer con ellos salvo arrastrarles sin pena ni gloria capítulo tras capítulo para que pudieran ser sacrificados en un final apocalíptico, que por otro lado no acarrea demasiadas consecuencias), salvo April (de lejos la más interesante, con una inseguridad exasperante y la capacidad innata de sacar de quicio) y Jackson (que lo único que ha hecho durante toda la temporada es ser guapo y por eso se ha salvado de la quema).

La Season Finale vuelve a alumbrar esperanza en el corazón del espectador greysiano más veterano (Así llevamos desde la tercera, apagando y encendiendo invariable e intermitentemente) no porque un loco se líe a dar tiros por el hospital y se monte una escabechina de mil demonios (como fórmula efectiva está muy bien, pero lo importante no es eso), sino porque Cristina y Meredith vuelven a ser ellas mismas y vuelven a unirse para regalar un trabajo excepcional. De nuevo, ambos personajes crecen (no naufragan una y otra vez alrededor de un mismo concepto o idea, como acostumbran a hacer en los capítulos reguleros) y ofrecen nuevos puntos de vista. Meredith tentada ante la idea de tener un bebé y perdiéndolo segundos más tarde como lección por necesitar una bomba en su mano que amenace con estallar para darse cuenta de lo que realmente quiere. Se trata de una nueva oportunidad para explorar en el dolor innato de esta doctora que se había vuelto demasiado feliz. Echo de menos a la Meredith oscura y retorcida, pues pienso que el momento en el que Meredith alcance la verdadera felicidad debería ser el momento en el que acabe la serie.

Como decía, la serie ha cambiado. Ahora las reuniones sociales no son en casa de Meredith, ni sus protagonistas son Izzie, Cristina, Alex y George. Ahora Dereck es el jefe en más sentidos de los necesarios y dirige un cotarro de amiguitos que poco o nada tienen que ver con esos cinco internos que llegaron sin tener ni idea de cómo diferenciar los momentos para reír o llorar. La serie puede estar en mejor o peor forma, pero después de esta sexta temporada está claro que nunca volverá a ser lo que era.

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miércoles, 19 de mayo de 2010

Sexta Temporada de Mujeres Desesperadas: Tocada y ¿hundida?


(Spoilers de la Sexta Temporada de Mujeres Desesperadas a lo largo de todo el post)



Me da muchísima pena enfrentarme a lo que ha sido esta última temporada de Mujeres Desesperadas. Al fin y al cabo, no había nadie que las defendiese a capa y espada con más ahínco que yo, que se escandalizase más con cada ausencia en las diferentes listas de mejores y más prestigiosas series de televisión. Y aquí estoy, cuchillo en mano dispuesto a despedazarla, a acribillarla a navajazos y no dejar títere con cabeza. Soy consciente de que a otras, perdonarle los errores me cuesta muchísimo menos. Pero es que también me da muchísima rabia. Que fueran tan grandes antaño y tan mediocres ahora.


Y es que no sé cual es el problema: Tienen buen material, buenas actrices, ¡buenas ideas! Pero nunca saben sacarles el máximo partido y se quedan siempre en la superficie, en la ñoñada, en lo facilón. Desde la (lamentable) temporada anterior voy apreciando pequeños resquicios de ingenio que se quedan sin explotar, sin trabajar. Estoy seguro de que cambiando un par de cositas, esta última temporada quedaría mucho más reivindicable (Por ejemplo: ¡Qué tan poético habría quedado que Angie muriera junto a Patrick en el coche, dispuesta a sacrificarse en silencio con tal de cargarse a su compañero y así poder garantizar el futuro de su hijo!). Claro que con ese par de cositas conllevaría demostrar valentía y la búsqueda de lo políticamente incorrecto para no ofrecer el final más estándar posible y que menos consecuencias acarree (como no tenían miedo de hacer en sus primeros años).

No empieza del todo mal la cosa. La Season Premiere es un capítulo muy conseguido, ofrece líneas bastante ácidas (esa Lynette resentida y amarga hace incluso reconsiderar que el nuevo embarazo haya sido un error), momentos cómicos realmente divertidos (de los pocos en los que funciona esa estupidez redomada de Susan), un potencial por parte de Angie que se intuye esperanzador (pese a que el descaro de Drea de Matteo pretenda sin éxito sustituir a Edie) y esa declaración de intenciones por parte de Katherine que inquieta e intriga.

Pero más allá del impulso que supone el crimen inicial, se vuelve al naufragio de la anécdota y lo anodino. Los capítulos se suceden sin que nada importante suceda, sin que un sólo fotograma permanezca en la memoria por trascendente o si quiera resultón. A excepción de la trama de Katherine, claro. Pero los excasos minutos dedicados a su personaje se antojan insuficientes para raspar siquiera el aprobado.

Los capítulos ubicados en el ecuador, que incluyen tramas más desligadas del arco central, están destinados a despistar y maquillar el desgaste de ideas y la imposibilidad de los guinistas de dotar de continuidad y lógica a líneas argumentales basadas en personajes desgastados y desdibujados. En Boom Crunch (6.10), asistimos al accidente aéreo de una avioneta que se estrella en Wisteria Lane. Como anécdota casa perfectamente con el espíritu de la serie, pero resultó triste comprobar que lo más interesante ocurrió dentro de la cabina del piloto, con dos personajes que no conocíamos de nada. Y esto sin mencionar dos momentos bastante absurdos: Lynette salvando a Celia cual SuperGirl preñada, y toda la secuencia del aterrizaje: tan mal hecha que da hasta vergüenza. Inmediatamente después, otro episodio, digamos diferente: If... (6.11) una broma pesada sin gracia ninguna que encima aburre hasta a los muertos. Las ensoñaciones de Susan, Bree y Gabrielle son perfectas estupideces, aunténtico desperdicio de tiempo que no aporta absolutamente nada.

No pienso que sea un mal capítulo porque se desligue de las tramas que se han ido perfilando a lo largo de la temporada para ofrecer lo que suele conocerse como material de "relleno". El relleno no es tal cuando sirve para ahondar en los caracteres u ofrecer nuevos puntos de vista. Pero ver a Susan travestida en el muñeco de michelín y dando las gracias por la muerte del hombre que hipotéticamente la habría llevado hasta dicha situación imaginaria, es como para apagar la tele de golpe. Lo mismo ocurre con Gabrielle, que se pone a dar gracias a Dios y a preguntarse qué ha de tener de especial su hija para que este haya decidido salvarla (¿No habíamos quedado en que la responsable del salvamento fue la SuperGirl preñada?). Bree, por su parte, se ha convertido en una mujer irreconocible, totalmente desdibujada y dando tumbos por ahí incansable en su lucha de cargarse más a su personaje con cada palabra que sale de su boca. La trama de Bree en este capítulo es un perfecto ejemplo de plenitud de: salidas facilonas, giros de guión simplones e intenciones chusqueras de colarnosla por todos lados posibles y encima tener la desfachatez de tratar al espectador como a un idiota creyendo que se va a emocionar cuando una Bree, estúpida al máximo, se da cuenta de que un perfecto Orson nunca dejó de amarla y ella cometió el error de su vida al abandonarle.

Y finalmente, Lynette. Lo único salvable de esta pantomima de episodio (me estoy extendiendo con él porque fue especialmente alabado entre los seguidores más fieles) son sus últimos diez minutos. La historia de autosuperación la hemos visto ya demasiadas veces, pero resulta muy interesante, además de duro y aleccionador, que Patrick (el bebé) acabe muriendo. Lynette nunca aceptó su embarazo, y ahora tiene que enfrentarse a una dura lección y dolorosa pérdida, pues, para bien o para mal, Lynette conoció a su hijo solo durante los escasos minutos que duró su ensoñación: le miró por primera vez a la cara, le aceptó, le quiso y se enorgulleció de él. Sin embargo, que al final uno de los bebés (sí, recordemos que estaba embarazadísima de gemelos) sobreviva, le resta fuerza y coraje a la idea. No obstante, Felicity Huffman vuelve a ofrecer resultados y a demostrar que llora como ninguna. La actriz necesita creerse a su personaje, de lo contrario, colma su actuación de ese repertorio de muecas, grititos y gestos sobreactuados que no hay por dónde pillar. Pero como digo, el problema es del libreto, la actriz ha demostrado con creces que se mueve como pez en el agua cuando trabaja a gusto.

Otro de los episodios que me gustaría destacar es Lovely (6.15), uno de los más entrañables y aceptables de la temporada y que sirve para presentar a la impresionante Julie Benz de manera llamativamente efectiva. Pero como siempre, más allá su personaje pierde todo el fuelle y sirve para sacar a Katherine de la serie de una manera lamentable.

La recta final sigue siendo igualmente mala: la revelación de la identidad del estrangulador resulta irrelevante, pues al personaje lo conocíamos de cuatro escenas contadas y no está lo suficientemente desarrollado como para causar un impacto en el espectador. Luego intentan arreglarlo dedicándole todo un episodio. Un tedioso episodio, por cierto, que no podría contener más tópicos de biografía estándar de asesino con traumática infancia y madre abusiva. Y la Season Finale, aunque se esfuerza, no puede hacer nada para arreglar el desaguisado. Tiene algunos momentos destacables, no obstante: El comienzo, con el legado de una enfermera a punto de morir: un inicio muy negro y sobrio (no hortera y excesivamente melodramático); o el renacer de la auténtica Bree, que se mueve de nuevo en ese terreno fangoso de lo amoral, lo correcto, lo turbio y la fachada que tan bien pone Marcia Cross para ocultar lo que hay debajo; y el final de Eddie (el estrangulador) merece bastante la pena: en vez de ofrecer un previsible y episodio de supuesto thriller y fingida tensión, regalan redención, Felicity volviéndose a lucir y un discurso bastante reivindicable. Por otro lado, la resolución del misterio central no podía ser más tontaina. Y no, Patrick Logan no daba ni pizca de miedo (aunque ver a John Barrowman con un pelucón rubio en uno de los capítulos tampoco ayudaba).

A los guionistas se les ha acabado la valentía, las escenas incómodas, el humor negro, la picardía, la sátira, la crítica social (¿Quién no recuerda los pildorazos de Bree: "Rex llora después de eyacular" o "A tu padre le va el sadomasoquismo"? ¿Quién recuerda alguna frase de intención similar dentro de las enteras dos últimas temporadas?) La serie es soportable, es entretenida, de vez en cuando sueltan algún comentario ingenioso y te ríes. Pero con lo que han sido, con lo que podrían ser, lo que ofrecen resulta tristemente insuficiente. Marc Cherry se ha acomodado, su serie sigue siendo una de las más rentables de la cadena y eso le basta.

De cara a la séptima, pues ya no sé ni qué pensar. Al menos el sempiterno "misterio" recae en un personaje conocido y no tenemos que ser testigos de como, una vez más, una familia "muy tenebrosa" se muda a Wisteria Lane. No podría soportarlo de nuevo.

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miércoles, 28 de abril de 2010

George Bailey atrapa la luna


Hay películas que envejecen mejor o peor, películas que conservan intacto su encanto, que son capaces incluso de imprimir su huella en la conciencia del espectador más joven y contemporáneo. estas suelen ser las cintas que más magia poseen, de esa que es atemporal y se encarga de poner los pelos de punta. puede que este sea el caso de ¡Qué bello es vivir!, pelicula dirigida por Frank Capra y estrenada en 1946. Una de esas que hay que ver al menos una vez en la vida. Una de esas grandes que crean escuela y de las que se llegan a escribir hasta libros.

El argumento, de sobra conocido, sigue los pasos de un hombre, George Bailey, íntegro, honrado, admirado y admirable, que por culpa de un par de infortunios encadenados, se ve acorralado hasta el punto de considerar poner fin a su vida. Por suerte, un ángel es enviado para disuadirle de su intento, y al más puro estilo Cuento de Navidad de Dickens, le enseña qué habría sido del mundo si él no hubiera estado presente.

La película de Capra rebosa buenas intenciones. Está dirigida elegantemente, con pausado sentido del ritmo que desemboca en un elegante y sobrio resultado, con gusto por el detalle y realismo escénico, de forma que el espectador actual reconoce el sello de una época pero no se encuentra con ninguna barrera imposible de franquear. Asimismo, el guión, con colaboración del mismo Capra, reproduce ambientes con una naturalidad y sencillez pasmosa, dejando que los personajes pongan sobre la mesa auténticas losas sentimentales, maquilladas por diálogos familiares y cotidianos, así como constantes referencias cómicas que alivian el dramatismo y detalles que emocionan y enternecen al espectador.

James Stewart ofrece uno de los papeles de su carrera interpretando a un George Bailey del que a fuerza hay que enamorarse. Capra colma a su personaje de los mejores elogios y, con el riesgo que eso conlleva, lo hace perfecto a ojos de todo el mundo, estén a un lado u otro de la pantalla. Hoy en día, personajes tan odiosamente perfectos no tendrían cabida en el cine, lleno de despreciables que resultan encantadores y buenos a los que quieres ver bien enterrados. Sin embargo, el director consigue que, pese a que su Bailey reúna todas las cualidades que uno pueda imaginar, (y muy pocos defectos) el espectador no sienta demasiada antipatía por el personaje (aunque en determinados momentos esto resultará una ardua tarea) y considere posible la existencia de un ser humano similar. Lo mismo ocurrirá con el resto de personajes en algún momento dado (a excepción del malo malísimo de la función, por supuesto) en el transcurso de una historia que incluye estrellas parlantes, un ángel chiflado y una amor de esos que empiezan tras la primera mirada. El exceso de azúcar y lo descaradamente naïf de la historia echarán para atrás a muchos, que utilizarán el clásico argumento de buenos muy buenos y malos muy malos para rechazarla. Hay que hacer ciertas concesiones para poder disfrutar la película.

Una vez hechas estas concesiones, uno se encuentra con un simpatiquísimo James Stewart, una historia de amor antológica y un final emocionantísimo y optimista. Sí, ya sabemos que no existe nadie tan bueno. Ni tan perfecto. Nadie es un ápice de perfecto de lo que lo es George Bailey. Pero, ¿para qué está el cine?

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lunes, 26 de abril de 2010

Cierra la puerta, nene


El amor es el elemento común a todas las grandes historias. Es cierto que la fascinación por este sentimiento, la necesidad del ser humano de explorarlo y comprenderlo, ha impregnado las mejores de sus narraciones.

Historias de amor las hay de todas clases. El secreto de sus ojos es una de ellas. Benjamín Expósito (Ricardo Darín, espectacular, a falta de poder encontrar mejor calificativo) acaba de jubilarse y siente la imperiosa necesidad de echar la vista atrás, pese a que todos le advierten de hacerlo. Decide escribir acerca de un caso que cambió su vida cuando, hace veinticinco años, trabajaba en un juzgado penal de Buenos Aires. Los ingredientes: una mujer asesinada, un viudo desolado y con una capacidad de amar infinita, y un asesino aún por identificar.

Así, el romanticismo y el thriller policíaco se dan la mano en una cinta de fuerza devastadora, actuaciones soberbias, y dirección impecable, con abundancia de extraños y llamativos primeros planos en los que el rostro aparece parcialmente oculto tras algún objeto desenfocado puesto en primer término. Planos que rebosan de carga expresiva y resultan tremendamente originales en el apartado estético.


El detalle y el mimo con que Juan José Campanella ha dirigido su obra es tal, que un solo visionado no basta para percibir el cuidado con que todos los matices van siendo introducidos sin que parezcan realmente importantes. En un momento, el protagonista despierta en plena noche y garabatea la palabra temo en un cuaderno, coloca sobre su pie un portarretratos volcado, descubre una fotografía de sí mismo en la que mira de reojo a una chica, o la dama de la película (apoteósica Soledad Villamil) trata de cerrar en vano la puerta de su despacho. Exquisitas sutilezas que adquieren significado completo una vez la obra termina y que en un segundo visionado llegan a emocionar, como se emociona el que finaliza un puzle y consigue ver la obra completa.

Así, entre diálogos naturales y certeros, acontecimientos que envuelven e intrigan y situaciones capaces de noquear y marcar incluso después de que hayan caído los créditos (la escena en que la doctora logra llevar al límite al asesino consigue hacerte aguantar la respiración), los personajes adquieren vida propia y se vuelven extrañamente cercanos. Frases tan poderosas como: vivir una vida vacía o tan llena de nada, ya se han escuchado con anterioridad en multitud de películas e historias (no en su forma literal, aunque si en su forma más natural y esencial), pero en boca de Benjamín Expósito impactan necesariamente al espectador más anestesiado, porque lo que los ojos de Darín esconden es la realidad más absoluta; el desarraigo del que ha huido y dejado atrás; del que no ha vivido porque no ha querido, pero se auto engaña y empeña en utilizar el verbo poder: la eterna duda del maldito encabezamiento y si…; la necesidad de saber y concluir, de regresar para entender. El contexto resulta tan doloroso y familiar, que el espectador siente un nudo en el estómago al escuchar las amargas palabras del protagonista y le comprende y quiere, quiere saber el porqué.

La necesidad de Benjamín de redimirse de su pasado se entiende una vez han sido puestos en perspectiva todos los hechos acontecidos y colocadas en su lugar todas las aes que la vieja Olivetti acostumbraba a olvidar. Es entonces cuando todas las miradas adquieren significado completo. Pues esta historia de amor no va sobre dolorosas secuencias de desengaño, declaraciones pasionales culebronescas o interminables besos de tornillo. El amor aquí se expresa a golpe de pupila dilatada y de silencios disfrazados. El amor emana de cada pequeño gesto e impregna cada escena y cada detalle, aunque los sujetos que lo encarnan ni siquiera aparezcan en pantalla en ese momento.

Aunque la vertiente romántica es el eje absoluto del film, la trama policíaca también ofrece formidables momentos y una resolución que satisfará al incluso al más entrenado en novelas de Agatha Christie. El final, poderosísimo, lo es por ser el simple colofón, el broche de oro a una historia perfectamente edificada y vertebrada; y por proponer al espectador un dilema inevitable cuando las palabras más duras que cabían imaginarse son proferidas: el por favor, dígale que al menos me hable, provoca incluso lástima hacia el condenado, duda y todo un cocktail de emociones encontradas que llegan a confundir.

Aún así, uno no puede evitar emocionarse y sentir genuina satisfacción y ternura cuando la doctora consigue que le cierren la puerta de su despacho.

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viernes, 16 de abril de 2010

Lost y Personajes femeninos (II)



Shannon Rutherford:
Uno de los personajes más potentes y con el carisma suficiente como para hacer sombra a las mencionadas fuertes personalidades de los personajes masculinos. Quizá demasiado estereotipada al principio en su rol de niña pija y superficial, pero va desmontándose poco a poco hasta devenir en el vacío existencial de quien es menospreciado e infravalorado continuamente. Su redentor episodio convierte en tierno y doliente a un personaje que sólo arrastraba fobia y manía.

Ana Lucia Cortez: Otro arrollador personaje, visceral, que o se odia o se ama. El fracaso de este personaje de cara a la audiencia es algo que se me escapa, pues su construcción es impecable: Capta atenciones desde el primer momento, despierta sentimientos (en su mayoría de rabia o enfado) e incomprensión hasta que es explicado de tal forma que acción y reacción casan en un perfecto mecanismo. El flashback de Ana Lucia es uno de los mejores como recurso para explicar a un personaje cerrado y víctima de sí mismo. Tan intenso que sólo podía tener un final.


Libby Smith: Libby es el paradigma por excelencia del daño que puede hacer dejar las cosas por la mitad. Para muchos, es y será el misterio insignia (sin resolver) de la serie. No es para menos, fue creada para crear intriga: en el presente es lo más cercano al personaje perfecto: cándida, amable, generosa y abnegada. Sin embargo, tras dos minucias se intuye un pasado turbio y oscuro (¿proclamada psicóloga clínica aparece en psiquiátrico y con pinta de andar bien pirada?). Nunca tuvimos flashback de Libby, sólo especulación. Aunque puede que sea ahí donde resida su encanto...

Nikki Fernandez: Muchos ni siquiera se molestarían en incluirla. Nikki pasó sin pena ni gloria, con el dudoso honor de ser uno de los dos personajes más odiados de Lost. Pues vaya. Siempre me pregunté cómo se puede odiar a un personaje sin haber visto absolutamente nada de él. Pasó lo que pasó: los guionistas se vieron obligados a cargársela y tras lo inevitable ocurrió lo de siempre: mucho potencial tirado a la basura. Nikki era una absoluta zorra (con perdón) vengativa que podría haber dado muchísimo juego.

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jueves, 15 de abril de 2010

Lost y Personajes femeninos (I)


Lost es una serie de personajes. Los guionistas siempre han insistido en recalcar esta premisa. Por encima de la mitología, los misterios, las explicaciones. Bueno, es innegable que han dedicado mucho esfuerzo para que sus personajes no se convirtieran en simples objetivos de diana o peones para desentrañar una trama enigmática.

Sí, creo que con bastante éxito han logrado dibujar personajes interesantes, complejos, tridimensionales; en un contexto en el que la atención puede desviarse peligrosamente o difuminarse entre tantos elementos diferentes que manejar. Es ahí donde reside uno de los mayores atractivos de Lost, no tanto en resolver las expectativas creadas con cada uno de los misterios que colman las diferentes e interminables listas, sino el haber construido una aventura original, divertida, que vivir acompañado de personalidades atrayentes, enigmáticas, arrolladoras en algunos casos.


Creo que los fans estarán de acuerdo conmigo. Ahora bien, ponerlos de acuerdo con respecto a los mejores o más atractivos, resultará más difícil: Algunos serán de Jack, otros de Sawyer, otros de Ben, otros de Locke. Los hay que incluso nombrarán a Hurley, Desmond o Sayid. Creo estar bastante seguro de que estos son los personajes que gozan de mayor prestigio. Bueno, pues a mí esta lista me chirría. No es que considere que los personajes anteriormente mencionados ocupen un lugar que no les pertenece, no. Simplemente, me pregunto dónde diablos están las chicas.

Quizá Juliet sea la única privilegiada que consiga meterse en esa especie de top. Las demás son siempre olvidadas en beneficio de personalidades masculinas de bastante carácter. Y no es simple casualidad: no sé si deliberada o no, se advierte cierta discriminación a la hora de repartir la tarta. Ellas son siempre las primeras en morir, las que menos capítulos tienen, las que son eclipsadas por los varones.

No debiera ser necesariamente de este modo: hay muchísimo potencial en las chicas. Pero en Lost no se atreven a terminar de explotarlo. Se lleva repitiendo el esquema durante toda la serie: personaje femenino con posibilidades es sacrificado de manera abrupta y repentina, sin darle tiempo a jugar sus cartas: pasó con Shannon, con Ana Lucia, con Libby, con Nikki, con Charlotte y, más recientemente, con Ilana. En cambio, el panorama de los chicos es totalmente distinto: aquellos a los que se les intuye carisma y aptitudes son mantenidos o incluso promovidos: Los mismísimos Desmond y Ben, Richard o Lapidus.

Pero basta de quejas. Mi intención era reivindicar a las chicas sin desmerecer a sus compañeros. Es cierto que cuentan con una clara desventaja, pero aún así hay personajes femeninos muy complejos y grandes en Lost. En próximas entregas, mi particular repaso a las chicas perdidas.

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sábado, 10 de abril de 2010

Skins Temporada 4. ¿Alegría? de vivir (Parte 2)

(Spoilers de la 4ª Temporada de Skins a lo largo de todo el post)


No es fácil hablar de Skins. Es una serie donde lo abstracto y lo subjetivo van de la mano, que se basa en impresiones, en sensaciones. Puede que a ti un primer plano especialmente prolongado de los ojos de Thomas te haya puesto el vello de punta, mientras que a otro solo le ha servido como recurso para eternizar el ritmo de un episodio especialmente lento. Puede que el Look up if you like me de Cassie te pareciera el momento más especial y conmovedor de la primera temporada, mientras que otros seguramente ni se acordarán de él. La fuerza de Skins no radica en lo espectacular de sus giros argumentales (aunque los haya a puñados), sino en sentir en tus carnes como las tripas de Cook se retuercen de dolor al entender que no hay salida posible y que te has convertido en la pantomima del chico fuerte y acorazado que pretendías ser.

Las situaciones, a menudo increíbles, en las que se ven envueltos los protagonistas solo son la excusa que les conduce a la explosión o implosión, depende del caso. Las exageraciones, las drogas, el sexo, los padres satanizados, los asesinatos imprevisibles; son la mera herramienta utilizada para embriagarlo todo de ese aroma apocalíptico que les pone en el límite más rotundo. Por eso el final de la cuarta temporada es tan absolutamente brillante. Porque duele. Porque deja al espectador destrozado. Porque cumple con su cometido. Porque comprobamos que estamos ante la serie más fiel a sus principios de la televisión. Las últimas líneas de Cook parecían pensadas desde el primer instante en que se comenzó a dibujar el personaje.

Volviendo rápidamente al repaso de manera individual, comentar que Katie es la otra sorpresa de la temporada. Al igual que Cook, se redime de su pasado y se reconcilia con los espectadores; pero quiero reiterar la idea de sorpresa porque mientras que todos esperaban un papel determinante para el chico y gran presencia suya en las tramas que hilan cada capítulo, pocos se imaginaban que los guionistas podrían ofrecernos un desarrollo para ella más allá de la careta de evil twin que conocimos el año anterior, y tampoco hubieramos protestado si el personaje más odiado de esta generación (por lo menos hasta ahora), hubiera pasado sin capítulo precisamente ahora que la temporada había sufrido un recorte.

Freddie es uno de los que ha soportado la mayoría de las críticas. Desde aquí quiero romper una lanza en favor de este personaje. No hay que confundirse: que un conjunto de personajes con caracteres muy fuertes, excéntricos y llevados al límite, eclipse, quizá, a otro cuya personalidad no resulta tan arrolladora o destructiva, no quiere decir que estemos ante un personaje plano o simple. Freddie es el corazón del grupo, el pegamento, la voz sabia y amable. Cuando Effy hace acto de presencia, cuando Freddie desconecta, todo se va al garete. No es casualidad que él se convierta en el elemento sacrificado, ese en el que todos se han apoyado y cuya voz escuchan aunque ya no sea más que un fantasma.

Naomi, la indiscutible reina de la segunda generación, gana la partida contra sus propios demonios en una victoria que se materializa a través del discurso romántico más emotivo del siglo XXI en la televisión. Effy, la reina destronada, relegada al fondo de lo oscuro y lo trágico, lidia con su propia existencia de forma más o menos torpe, asustada. Tal y cómo empezó.

Porque a veces no queda más remedio que crecer para que toda la mierda acabe y poder mirar las cosas con cierta perspectiva. A veces, no comprendes nada hasta que no descubres que el dolor no te lo puedes ahorrar. Que hay que vivirlo si quieres hacerte mayor.
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jueves, 25 de marzo de 2010

Vergüenza Nacional


Os dejo un artículo escrito por Carmen María, una chica de trece años que ofrece algún que otro punto con bastante agudeza:

Simplemente, me avergüenza que las corridas de toros sean relacionadas con España: ¿Qué pensarán de nosotros? Que somos unos salvajes, seguro. Sí, yo lo veo así.

Lo más gracioso es que a los españoles parece no importarles, ellos, mientras se diviertan, si matan a un toro, dos o a tres, claro, a ellos no les pasa nada...

Cada vez que veo en las noticias que un toro ha cogido a un torero pienso: Eso le pasa por imbécil. Sí, igual es algo cruel, ¿pero no es cruel, acaso, clavarle a un toro dos espadas, cinco, diez, verlo ensangrentado, medio muerto, y la gente disfrutando?

¿No es eso maltrato animal? Que yo sepa el maltrato animal es un delito muy grave, así que no sé por qué diablos no están todos en la cárcel.

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domingo, 21 de marzo de 2010

Skins Temporada 4: ¿Alegría? de vivir (Parte 1)


(Todo el post contiene spoilers de la 4ª Temporada de Skins)

La adolescencia puede ser la etapa más feliz de nuestras vidas, si tienes suerte, claro. Es el preludio a la zona de no marcha atrás, de no vuelta de hoja. Es el último resquicio de la infancia, de la inocencia, una etapa que ha de ser vivida con calma, saborearla, aprovecharla, pues una vez concluida no queda otra que seguir siendo un adulto durante el resto de nuestra vida.

También puede ser un periodo amargo, confuso, solitario. Y normalmente somos incapaces de superar estos sentimientos frustrantes que nonos impiden disfrutar de estos años tan especiales. De esto habla Skins, y muy especialmente esta última cuarta temporada, la más corta y visceral, triste y depresiva.

Ya la escena de apertura establece una inquietante declaración de intenciones: La desconocida Sophia, después de haberse cruzado con todos los protagonistas mientras atraviesa la multitud enloquecida que abarrota una discoteca, se arroja desde una especie de palco y se rompe la crisma en mitad de la pista de baile. Lo mismo pasó con la primera generación: fue presentada entre risas y excesos que intuíamos camuflaban un agudo desarraigo, para después hacerla viajar a los infiernos durante la segunda entrega. Esta vez, los guionistas no han escatimado a la hora de dotar de oscuridad y tinieblas, y la segunda generación de Skins las ha pasado muy putas para sobrevivir a esta enorme 4ª temporada:


Thomas es el encargado de abrir la función. Ya he mencionado la escena con que arranca la temporada, genial e impactante, que por desgracia se diluye en un episodio dedicado al personaje más dulce de esta generación. No pienso que el 4x01 sea un mal episodio, pero el contraste entre el impresionante comienzo y el posterior desarrollo del capítulo, muy lento, puede confundir al espectador. Thomas es una de las víctimas de esta segunda generación, pues Cook, Effy y Naomi monopolizan casi todas las miradas gracias a su arrolladora personalidad y apabullante destructividad. No es de extrañar que personajes menos explosivos como el bueno de Thomas, pasen desapercibidos. Por suerte, la sabiduría de Skins nos ofrece la solución: un episodio centrado exclusivamente en el Congo Man, el único íntegra y naturalmente bueno de la pandilla, que tras un año en Bristol se ha contaminado de la superficialidad de las masas empastilladas y de las compañías venenosas que inevitablemente ha estado frecuentando. El episodio de Thomas es francamente bonito, el protagonista no entiende que ocurre a su alrededor, necesita algo que le recuerde a su hogar, y eso le lleva a cometer el error de acostarse con una preciosa chica de naturaleza africana; su rol de guía y salvador de la familia se está difuminando, y los garabatos de su hermana que lo retratan como un superhéroe, ahora resultan extraños e impropios. La escena final, con Thomas llorando en su nuevo hogar, es altamente conmovedora.

Emily tiene el episodio más triste, dentro de la tónica general de tristeza que impregna cada episodio; las escenas con Naomi, inevitablemente, presagian el fin y la tragedia, pese a la música de fiesta y el atuendo mariachi. Todo el capítulo está envuelto de un halo melancólico y oscuro, más potente a medida que se van descubriendo los siniestros secretos de la difunta Sophia, y que culminará en la escena más poética de la temporada, la lectura del cuaderno de Sophia, que estremece gracias al precioso motivo musical y también a la fantástica interpretación de Lily Loveless (Naomi), aunque sin desmerecer en nada a la de kathryn prescott (Emily).

El capítulo de Cook es un caso aparte. Sin abandonar el tono oscuro, indaga dentro del personaje, ofrece nuevas perspectivas e incluso se permite el lujo de ofrecer algún que otro momento desternillante (la patética escena de la madre tocando el bajo absolutamente pasada de vueltas es impagable). Cook, a quien hasta ahora había sido más fácil odiar que amar, se reconcilia con el público en un proceso de redención que va pasando por sus diferentes y naturales etapas a lo largo de todo el capítulo. La evolución del personaje es tal, y el trabajo de Jack O'Conell es tan realal y auténtico, que incluso la persona más opuesta puede llegar a sentirse con su dolor, un dolor genuino y triste que le hiere hasta en lo más hondo, un dolor del que es incapaz de escapar y al que combate como puede y a duras penas.

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