domingo, 21 de marzo de 2010

Skins Temporada 4: ¿Alegría? de vivir (Parte 1)


(Todo el post contiene spoilers de la 4ª Temporada de Skins)

La adolescencia puede ser la etapa más feliz de nuestras vidas, si tienes suerte, claro. Es el preludio a la zona de no marcha atrás, de no vuelta de hoja. Es el último resquicio de la infancia, de la inocencia, una etapa que ha de ser vivida con calma, saborearla, aprovecharla, pues una vez concluida no queda otra que seguir siendo un adulto durante el resto de nuestra vida.

También puede ser un periodo amargo, confuso, solitario. Y normalmente somos incapaces de superar estos sentimientos frustrantes que nonos impiden disfrutar de estos años tan especiales. De esto habla Skins, y muy especialmente esta última cuarta temporada, la más corta y visceral, triste y depresiva.

Ya la escena de apertura establece una inquietante declaración de intenciones: La desconocida Sophia, después de haberse cruzado con todos los protagonistas mientras atraviesa la multitud enloquecida que abarrota una discoteca, se arroja desde una especie de palco y se rompe la crisma en mitad de la pista de baile. Lo mismo pasó con la primera generación: fue presentada entre risas y excesos que intuíamos camuflaban un agudo desarraigo, para después hacerla viajar a los infiernos durante la segunda entrega. Esta vez, los guionistas no han escatimado a la hora de dotar de oscuridad y tinieblas, y la segunda generación de Skins las ha pasado muy putas para sobrevivir a esta enorme 4ª temporada:


Thomas es el encargado de abrir la función. Ya he mencionado la escena con que arranca la temporada, genial e impactante, que por desgracia se diluye en un episodio dedicado al personaje más dulce de esta generación. No pienso que el 4x01 sea un mal episodio, pero el contraste entre el impresionante comienzo y el posterior desarrollo del capítulo, muy lento, puede confundir al espectador. Thomas es una de las víctimas de esta segunda generación, pues Cook, Effy y Naomi monopolizan casi todas las miradas gracias a su arrolladora personalidad y apabullante destructividad. No es de extrañar que personajes menos explosivos como el bueno de Thomas, pasen desapercibidos. Por suerte, la sabiduría de Skins nos ofrece la solución: un episodio centrado exclusivamente en el Congo Man, el único íntegra y naturalmente bueno de la pandilla, que tras un año en Bristol se ha contaminado de la superficialidad de las masas empastilladas y de las compañías venenosas que inevitablemente ha estado frecuentando. El episodio de Thomas es francamente bonito, el protagonista no entiende que ocurre a su alrededor, necesita algo que le recuerde a su hogar, y eso le lleva a cometer el error de acostarse con una preciosa chica de naturaleza africana; su rol de guía y salvador de la familia se está difuminando, y los garabatos de su hermana que lo retratan como un superhéroe, ahora resultan extraños e impropios. La escena final, con Thomas llorando en su nuevo hogar, es altamente conmovedora.

Emily tiene el episodio más triste, dentro de la tónica general de tristeza que impregna cada episodio; las escenas con Naomi, inevitablemente, presagian el fin y la tragedia, pese a la música de fiesta y el atuendo mariachi. Todo el capítulo está envuelto de un halo melancólico y oscuro, más potente a medida que se van descubriendo los siniestros secretos de la difunta Sophia, y que culminará en la escena más poética de la temporada, la lectura del cuaderno de Sophia, que estremece gracias al precioso motivo musical y también a la fantástica interpretación de Lily Loveless (Naomi), aunque sin desmerecer en nada a la de kathryn prescott (Emily).

El capítulo de Cook es un caso aparte. Sin abandonar el tono oscuro, indaga dentro del personaje, ofrece nuevas perspectivas e incluso se permite el lujo de ofrecer algún que otro momento desternillante (la patética escena de la madre tocando el bajo absolutamente pasada de vueltas es impagable). Cook, a quien hasta ahora había sido más fácil odiar que amar, se reconcilia con el público en un proceso de redención que va pasando por sus diferentes y naturales etapas a lo largo de todo el capítulo. La evolución del personaje es tal, y el trabajo de Jack O'Conell es tan realal y auténtico, que incluso la persona más opuesta puede llegar a sentirse con su dolor, un dolor genuino y triste que le hiere hasta en lo más hondo, un dolor del que es incapaz de escapar y al que combate como puede y a duras penas.

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