domingo, 23 de mayo de 2010

Sexta temporada de Anatomía de Grey: Cambiar no es lo mismo que crecer

(Spoilers de la Sexta temporada de Anatomía de Grey a lo largo de todo el post)

La temporada que lo cambiará todo. Así se publicitaba Grey's durante el verano de 2009, y nadie pensó que la cosa sería para tanto. Pero la serie ha cambiado. Mucho.


Para empezar, perdemos a uno de los cinco protagonistas (uno de esos que sólo habría que perder al término de la serie) nada más empezar, y a otro (ídem de lo anterior) a mediados de temporada. El hospital se colma de rostros nuevos y ajenos, y la mismísima Meredith pierde presencia por razones ajenas a la producción. Considero, sin embargo, que ante la adversidad, supieron solventar el problema con creces: El doble espisodio inicial dedicado al dolor y al duelo ante la pérdida de un ser querido (nadie tan querido tanto por público como personajes que el bueno de George) es una auténtica joya:

Actores inspiradísimos, dolor tangible y real, elegancia y emoción a raudales y una escena tan brillante que debería ser estudiada: Toda la secuencia en el funeral supone sencillamente uno de los picos máximos de calidad que esta serie ha ofrecido a lo largo de su existencia. La esencia de Grey's resumida en unos pocos minutos: adolescentes emocionales que no saben lidiar con lo que sienten, que expulsan emociones como si fueran bombas y artillería, incomodidad de sentimientos que o bien son frustrados o expresados con altavoz y pancartas cuando ya no puede aguantarse más. Me consta que muchos sintieron el acto como una falta de respeto a George. Qué tontería. No cuesta nada imaginarse a O'Malley riéndose junto a sus amigos de la pelirroja aquella no podía parar de llorar. O de que Meredith (¡Meredith!) se ha casado vía Post-it con McDreamy. O que Izzie y Alex (¡Alex!) se han casado de verdad. O que Izzie tiene cáncer. O que a él le ha atropellado un autobús. Porque de repente la vida a dejado de tener sentido alguno y o te ríes a carcajadas o te vas a colgar de la encina más próxima. No obstante, la expresión rota y desencajada que queda tras la carcajada lo dice todo.

Los capítulos inmediatos son puramente Grey's: Izzie volviendo a ser la que era, Cristina ofreciendo una vis cómica impagable, y Grey atrapada de nuevo en una de esas corrientes existenciales que remueven cimientos y con las que a la doctora le cuesta tanto lidiar. La excusa para sacar a Ellen Pompeo del rodaje (debido a su embarazo) no puede resultar más apropiada: Grey hace frente a sus fantasmas y decide ayudar a su padre donándole su riñón. Nuevo punto para Meredith y una nueva muestra de cuanto ha crecido este personaje desde que se nos presentó como una auténtica incompetente emocional.

Ante la pérdida (temporal) de la protagonista, es de alabar cómo se afronta la nueva situación. Optan por explorar nuevas formas de contar historias, inéditas hasta ahora en Grey's, de las que nacen un episodio estilo ER divertidísimo o un par centrado en uno solo de los personajes al más puro estilo LOST. En concreto, el protagonizado por Arizona es de lo mejor de la temporada: Jessica Capshaw lo hace formidablemente, y la resolución termina con una declaración tan honesta y brutal que incluso hace que vuelva a instalarse en el estómago ese pequeño nudito que solía aparecer con cada fin de episodio cuando la serie se encontraba en sus mejores momentos.

Como digo, el arranque de temporada es brillante, pero a partir de la llegada de Altman y coincidiendo con el ascenso de Dereck a la jefatura, la cosa adquiere un cariz muy feo. La cantidad de episodios narrados por el doctor Shepherd y la continua obsesión de los guionistas por venderlo (ahora) como el hombre perfecto restan intensidad e interés al relato e instala en la monotonía y en el conformismo a la pareja cumbre de el universo Grey's. También tiene parte de responsabilidad en el devenimiento de las tramas la ya mencionada Teddy Altman, que si bien hace una entrada prometedora, demuestra que es incapaz de cargar con el continuo peso del foco central. Teddy pasa de secundaria a prácticamente protagonista en cinco minutos, y sinceramente, carece de la empatía suficiente con el público como para llevar tanto peso sobre sus hombros. El triángulo formado con Owen y Cristina pierde interés muy rápidamente, y al final todo se reduce a una decisión del pelirrojo, que ha perdido carisma a raudales y se ha convertido en una especie de bobo de voz grave y gran corpulencia que no sabe qué hacer ni qué querer. Mención aparte merecen los famosos Mercywesters, que llegaron siendo odiados y se marchan de la misma forma (hay que destacar en este sentido las pedantes palabras de la antipática creadora de la serie: "Si les odíais, habremos cumplido nuestro objetivo". Quedó demostrado a los dos capítulos, cuando no tenían ni idea de qué hacer con ellos salvo arrastrarles sin pena ni gloria capítulo tras capítulo para que pudieran ser sacrificados en un final apocalíptico, que por otro lado no acarrea demasiadas consecuencias), salvo April (de lejos la más interesante, con una inseguridad exasperante y la capacidad innata de sacar de quicio) y Jackson (que lo único que ha hecho durante toda la temporada es ser guapo y por eso se ha salvado de la quema).

La Season Finale vuelve a alumbrar esperanza en el corazón del espectador greysiano más veterano (Así llevamos desde la tercera, apagando y encendiendo invariable e intermitentemente) no porque un loco se líe a dar tiros por el hospital y se monte una escabechina de mil demonios (como fórmula efectiva está muy bien, pero lo importante no es eso), sino porque Cristina y Meredith vuelven a ser ellas mismas y vuelven a unirse para regalar un trabajo excepcional. De nuevo, ambos personajes crecen (no naufragan una y otra vez alrededor de un mismo concepto o idea, como acostumbran a hacer en los capítulos reguleros) y ofrecen nuevos puntos de vista. Meredith tentada ante la idea de tener un bebé y perdiéndolo segundos más tarde como lección por necesitar una bomba en su mano que amenace con estallar para darse cuenta de lo que realmente quiere. Se trata de una nueva oportunidad para explorar en el dolor innato de esta doctora que se había vuelto demasiado feliz. Echo de menos a la Meredith oscura y retorcida, pues pienso que el momento en el que Meredith alcance la verdadera felicidad debería ser el momento en el que acabe la serie.

Como decía, la serie ha cambiado. Ahora las reuniones sociales no son en casa de Meredith, ni sus protagonistas son Izzie, Cristina, Alex y George. Ahora Dereck es el jefe en más sentidos de los necesarios y dirige un cotarro de amiguitos que poco o nada tienen que ver con esos cinco internos que llegaron sin tener ni idea de cómo diferenciar los momentos para reír o llorar. La serie puede estar en mejor o peor forma, pero después de esta sexta temporada está claro que nunca volverá a ser lo que era.

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