martes, 18 de agosto de 2009

¡Qué nadie duerma!



Hay obras, creaciones, que son gigantes. Que te hacen sentir pequeño e insignificante, que te hacen querer ser mejor, simplemente para llegar a estar a la altura de poder disfrutarlas con plenitud de derechos.

Hay obras que, a pesar de todo, duele contemplarlas, sentirlas. Parece mentira que hayan nacido de unas manos iguales a las tuyas, unos sesos, que al final, obviamente, resultan no ser iguales a los tuyos.

Existe una ópera, Turandot, de Puccini, que por supuesto, para los entendidos será como la primera lectura, las vocales, los cimientos básicos, mínimos, indispensables. Yo no soy ningún entendido. Sólo quisiera decir que escuchar Nessun Dorma me hace querer ser mejor persona. Escuchar a Pavarotti me hace querer ser mejor persona.

La bella y malvada Turandot, decapita a todos sus pretendientes si no logran resolver tres acertijos. Sin embargo, una noche, el príncipe Calaf la derrota y la desafía a averiguar su nombre antes de que llegue el alba. Furiosa, Turandot prohíbe a nadie dormir hasta que el nombre no sea desvelado y Calaf canta arrogante, seguro de que los esfuerzos de la princesa serán en vano y celebrando la victoria del amor sobre el odio.

Por supuesto. Por supuesto que vencerás.

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