viernes, 11 de febrero de 2011

El juego del Risk


Observar el mapamundi político que cuelga de la pared y percibir todos esos colores saturados que no se pueden mezclar. Es la sensación que se extrae tras llevar a cabo el intento analítico de discernir cuáles son los intereses comunes verdaderos y válidos. Aquellos que se ajustan a la realidad compartida, que no asfixian u oprimen a algunos mientras que aventajan a otros, que no están disfrazados de manipulación y falsas pretensiones.

Ser el jefe. Esa es la primera meta que aparece dibujada en el horizonte de la niñez, con líneas concisas y libres de titubeo. Cuando eres un crío puedes decirlo en voz alta, orgulloso de ello, arrogante, libre de cualquier carga moral o consecuencia de tipo alguno. Cuando eres adulto, no. Se supone que no. Tienes que dibujarte el camino, inventar una treta. Jugar al juego de los disfraces. Si eres adulto no puedes decir en voz alta que eres el jefe. Te van a mirar mal, te van a sonreír falsamente. Pero eso es porque todos queremos ser el jefe.

Las situaciones de crisis se han sucedido a lo largo de la historia con la misma naturalidad con que germina una planta que esparce semillas con la ayuda del viento. Sobre todo ahora que el cuento de la globalización se ha convertido en canción de cuna y que dos roles se establecen de forma inequívoca: El observador, que asume como utópica otra forma de hacer que vaya más allá del conflicto; y el implicado, que solo quiere que todo termine, que todo mejore. Y mientras que el iluso actúa, el cínico juzga.

Es realmente bonito el ideal de democracia. Poético, significativo. Que después de todo lo vivido haya triunfado el concepto de pueblo como jefe. Con respecto a este credo, el juego de roles vuelve a dicotomizarse: de nuevo el iluso, mano a mano con el escéptico. Que nos tientan a todos con la idea de compartir la jefatura, mientras que el que realmente manda hace lo que le viene en gana.

¿Quién es más jefe? ¿El jefe, o el jefe que invade y expulsa al jefe? Se acabó el juego de palabras. Se acabaron los laberintos teatrales y fastuosos: Tenemos demasiados antecedentes como para saber que la democracia como bandera no es más que una excusa barata. Que para el poderoso supone menos riesgo actuar e imponer su doctrina que dejar a un pueblo rebelarse y actuar por sí mismo. Que cuando el supuesto dictador aboga por ciertos intereses no corre tanta prisa el destituirlo.

Descolgar el mapamundi de la pared y arrojarlo al cubo de la basura. Comprender el desequilibrado juego de poder y sentir un escalofrío en tu espalda. Recordar el supuesto derecho a la soberanía individual de cada Estado y resoplar unilateralmente. Sacar el viejo tablero del risk y echar una partida contra ti mismo mientras te ríes por dentro a causa de la ironía.

1 comentario:

  1. Fantástico Prax, me alegra comprobar que no todo el mundo está aborregado, que hay gente con sensibilidad que sabe pensar por sí misma y ve las cosas con claridad.

    ResponderEliminar