(Spoilers de la Series Finale de Lost a lo largo de todo el post)
Teníamos todas las pistas tras los primeros cinco o seis episodios de esta sexta temporada. Sabíamos por donde estaban llevando el asunto. El capítulo final no puede resultar en ningún caso una sorpresa. Al menos, no una desagradable: El final de Lost ha sido todo un regalo, al espectador, a los personajes. Un regalo precioso y poético, que cierra círculos y completa fotografías. Y no sólo este The End, la temporada completa ha sido una continua exhibición de guiños y detalles que engrandecen un relato muy pensado y esctrito con mimo y cariño:
En la realidad alternativa, Kate es inocente; Locke acepta su parálisis a la vez que goza del amor de Helen y de su padre; Sawyer no es un timador de tres al cuarto, sino un reputado poli; lo que antes simbolizaba el yugo de Sun en su matrimonio (el famoso botón) ahora simboliza liberación; Sayid cuida de Nadia mientras, sorprendentemente, tenemos que esperar a que encuentre el amor verdadero; Ben gasea su padre no para dañarle, sino para sanarle, a la vez que mantiene a Alex cerca; y Jack tiene un hijo, que es el símbolo más poético (y al final, triste) de redención: Una oportunidad para no repetir los errores de su padre y cumplir su papel de guía de forma completa con una persona que es enteramente para él.
La reacción automática ha llevado al público a condenar el final de la serie. Estoy seguro de que con el tiempo el capítulo alcanzará la categoría que realmente le pertenece y ocupará su lugar como el gran cierre que es. Que en la realidad alternativa estén todos muertos y que esta no sea otra cosa que una especie de limbo en el que los distintos personajes se van reencontrando no responde a una salida improvisada o apresurada por parte de los guionistas. Es un final lógico y certero, un regalo a unos personajes que necesitaban redimirse, que en muchos casos, murieron de forma injusta y tristísima. Esta situación propicia lo que son los mejores momentos de esta final: las secuencias en las que los protagonistas conectan o se activan para recordar su vida en la isla son oro puro: recapitulan una trayectoria, en algunos casos suspendida muchas temporadas atrás (el caso Shannon o Libby son el principal paradigma de lo emocionante que resulta remitir a los orígenes), hacen referencia a un viaje del que nada parece haber ocurrido en balde. Todo aderezado con la estremecedora banda sonora de Michael Giacchino, que nos lleva acompañando durante toda la serie. Pero no sólo eso: la escena final es un nuevo ejemplo de círculo que se cierra, todo un auto homenaje al inicio de la serie que transpira verdad y puro sentimiento. ¿Qué diablos importa ahora el motivo por el que la estatua tenía cuatro dedos en vez de cinco?
Siempre es más efectivo el matiz a la evidencia, la pista a la verdad absoluta. Si la isla hubiera sido etiquetada, clasificada, explicada de arriba a abajo, habría perdido la magia, el misticismo, el misterio, el encanto. ¿Con qué nombre podríamos denominarla sin cargarnos su esencia? ¿Inframundo? ¿Nave espacial? El resultado habría sido una gran carcajada. Tenemos precedente: cuando se ha verbalizado de manera final y absoluta la respuesta a un enigma, el resultado ha sido anticlimático, artificioso. Al menos es lo que a mi me ocurrió cuando Hurley explicó la naturaleza de los famosos susurros.
Tenemos una respuesta mucho más satisfactoria y que eleva aún más la categoría de ese trozo de tierra místico: La isla como recipìente de una luz infinita, que es vida y muerte, que sana física y mentalmente, que proporciona las herramientas que necesitan aquellos que están perdidos para encontrarse a sí mismos. El resto se puede interpretar, aventurar. Conocemos la isla lo suficiente como para hacernos una idea de lo que ha estado ocurriendo.
Cada cual puede ejercer su derecho de sentirse decepcionado o ultrajado. Aunque haberse esperado al capítulo final y aferrarse a él como última esperanza para recibir explicación científica era temerario e inadecuado. Pues estábamos advertidos: no sólo los creadores habían reiterado que no sería un final de respuestas, sino que durante toda la serie hemos asistido la progresiva inclinación de la balanza en favor de la fe y en desprecio de la ciencia. Y esto no es algo que aparezca con las últimas temporadas: en el episodio 2.01, titulado hombre de ciencia, hombre de fe; el hombre de ciencia (Jack) asiste a un milagro cuando su futura mujer recupera la movilidad de las piernas, todo mientras el hombre de fe (Locke) le pide reiteradamente que crea. Quiero decir, ¿cuántas referencias más a Alicia en el País de las Maravillas hacían falta? Así pues, había que hacer una concesión: dejar que la magia rellene los huecos que la ciencia no iba a poder rellenar. Todo el que lo haya hecho, habrá disfrutado del sobresaliente final. Y sí, los supuestos comentarios de los creadores que aparecían transcritos en la red de que todo tenía explicación científica nunca tuvieron demasiado sentido.
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En la realidad alternativa, Kate es inocente; Locke acepta su parálisis a la vez que goza del amor de Helen y de su padre; Sawyer no es un timador de tres al cuarto, sino un reputado poli; lo que antes simbolizaba el yugo de Sun en su matrimonio (el famoso botón) ahora simboliza liberación; Sayid cuida de Nadia mientras, sorprendentemente, tenemos que esperar a que encuentre el amor verdadero; Ben gasea su padre no para dañarle, sino para sanarle, a la vez que mantiene a Alex cerca; y Jack tiene un hijo, que es el símbolo más poético (y al final, triste) de redención: Una oportunidad para no repetir los errores de su padre y cumplir su papel de guía de forma completa con una persona que es enteramente para él.
La reacción automática ha llevado al público a condenar el final de la serie. Estoy seguro de que con el tiempo el capítulo alcanzará la categoría que realmente le pertenece y ocupará su lugar como el gran cierre que es. Que en la realidad alternativa estén todos muertos y que esta no sea otra cosa que una especie de limbo en el que los distintos personajes se van reencontrando no responde a una salida improvisada o apresurada por parte de los guionistas. Es un final lógico y certero, un regalo a unos personajes que necesitaban redimirse, que en muchos casos, murieron de forma injusta y tristísima. Esta situación propicia lo que son los mejores momentos de esta final: las secuencias en las que los protagonistas conectan o se activan para recordar su vida en la isla son oro puro: recapitulan una trayectoria, en algunos casos suspendida muchas temporadas atrás (el caso Shannon o Libby son el principal paradigma de lo emocionante que resulta remitir a los orígenes), hacen referencia a un viaje del que nada parece haber ocurrido en balde. Todo aderezado con la estremecedora banda sonora de Michael Giacchino, que nos lleva acompañando durante toda la serie. Pero no sólo eso: la escena final es un nuevo ejemplo de círculo que se cierra, todo un auto homenaje al inicio de la serie que transpira verdad y puro sentimiento. ¿Qué diablos importa ahora el motivo por el que la estatua tenía cuatro dedos en vez de cinco?
Siempre es más efectivo el matiz a la evidencia, la pista a la verdad absoluta. Si la isla hubiera sido etiquetada, clasificada, explicada de arriba a abajo, habría perdido la magia, el misticismo, el misterio, el encanto. ¿Con qué nombre podríamos denominarla sin cargarnos su esencia? ¿Inframundo? ¿Nave espacial? El resultado habría sido una gran carcajada. Tenemos precedente: cuando se ha verbalizado de manera final y absoluta la respuesta a un enigma, el resultado ha sido anticlimático, artificioso. Al menos es lo que a mi me ocurrió cuando Hurley explicó la naturaleza de los famosos susurros.
Tenemos una respuesta mucho más satisfactoria y que eleva aún más la categoría de ese trozo de tierra místico: La isla como recipìente de una luz infinita, que es vida y muerte, que sana física y mentalmente, que proporciona las herramientas que necesitan aquellos que están perdidos para encontrarse a sí mismos. El resto se puede interpretar, aventurar. Conocemos la isla lo suficiente como para hacernos una idea de lo que ha estado ocurriendo.
Cada cual puede ejercer su derecho de sentirse decepcionado o ultrajado. Aunque haberse esperado al capítulo final y aferrarse a él como última esperanza para recibir explicación científica era temerario e inadecuado. Pues estábamos advertidos: no sólo los creadores habían reiterado que no sería un final de respuestas, sino que durante toda la serie hemos asistido la progresiva inclinación de la balanza en favor de la fe y en desprecio de la ciencia. Y esto no es algo que aparezca con las últimas temporadas: en el episodio 2.01, titulado hombre de ciencia, hombre de fe; el hombre de ciencia (Jack) asiste a un milagro cuando su futura mujer recupera la movilidad de las piernas, todo mientras el hombre de fe (Locke) le pide reiteradamente que crea. Quiero decir, ¿cuántas referencias más a Alicia en el País de las Maravillas hacían falta? Así pues, había que hacer una concesión: dejar que la magia rellene los huecos que la ciencia no iba a poder rellenar. Todo el que lo haya hecho, habrá disfrutado del sobresaliente final. Y sí, los supuestos comentarios de los creadores que aparecían transcritos en la red de que todo tenía explicación científica nunca tuvieron demasiado sentido.