lunes, 14 de noviembre de 2011

Apoteosis almagemelística


Vivir a medias significa no ser consciente del papel que desempeñamos en esta función denominada vida, significa no conocer nuestra verdadera identidad, no saber cuál es nuestro lugar en el mundo. Es ir por ahí con una sensación de indigestión permanente. Es contestar estoy bien, gracias, cuando te preguntan si eres feliz.

Es, en definitiva, no pertenecer.

Russell se siente fuera de lugar entre su grupo de amigos: sonríe dulcemente en la distancia, comparte anécdotas de tiempos menos confusos. Pero hay algo que no funciona. Lo mismo le pasa a Glen, pero este no enseña una sufrida sonrisa: se rebela, a golpe de sarcasmo y cinismo contra un mundo que le rechaza; lucha por no quedarse atrapado en el cemento que este se empeña en tirarle encima.

Cuando eres homosexual y escuchas un insulto, una risita; cuando lees que han matado de una paliza a alguien como tú y que el culpable ha sido absuelto; o te haces el valiente o te retiras tímidamente y te escondes. Pero en ambos casos, te vuelves vulnerable. Te hacen vulnerable.

Russell y Glen viven a medias. Pero juntos están completos, enteros. Durante dos días, establecen una simbiosis perfecta, en la que cada uno le proporciona al otro lo que le falta. Glen es un cínico rebelde y Russell un romántico asustado. En seguida, las vallas y fronteras que van derribándose gracias a una grabadora, las confesiones bañadas de la tibieza que late entre las sábanas, los desnudos (físicos y metafóricos) que se suceden como si no hubiera otra manera de existir; cimentan una relación que solo dura dos días pero que dejará una huella eterna. Juntos, los jóvenes son perfectos, simétricos, redondos. Separados, ambos se sienten confusos, perdidos, tristes.

Weekend es una de las películas que mejor inmortaliza el concepto de alma gemela. Cuesta creer que hay por ahí una persona perdida que es perfecta para nosotros. Que nos completa. Pero si se hace ejercicio de fe, si uno se deja arrastrar por los diálogos, profundos y mordaces; se comprobará que atestiguar cómo Russell y Glen se encuentran y reconocen, resulta bello y emocionante. Independientemente de la identidad sexual de cada uno.

Sin embargo, los cuentos de hadas sí que no existen. La vida es aleatoria, su flujo es constante e infinito. Glen y Russell son, pese a todo, afortunados: tuvieron dos días. Es de suponer que muchas de esas almas gemelas jamás llegarán a conocerse. Y eso es lo más triste de todo.

Porque si no le perteneces al mundo, es bonito, al menos, pertenecerle a alguien.

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