miércoles, 28 de abril de 2010

George Bailey atrapa la luna


Hay películas que envejecen mejor o peor, películas que conservan intacto su encanto, que son capaces incluso de imprimir su huella en la conciencia del espectador más joven y contemporáneo. estas suelen ser las cintas que más magia poseen, de esa que es atemporal y se encarga de poner los pelos de punta. puede que este sea el caso de ¡Qué bello es vivir!, pelicula dirigida por Frank Capra y estrenada en 1946. Una de esas que hay que ver al menos una vez en la vida. Una de esas grandes que crean escuela y de las que se llegan a escribir hasta libros.

El argumento, de sobra conocido, sigue los pasos de un hombre, George Bailey, íntegro, honrado, admirado y admirable, que por culpa de un par de infortunios encadenados, se ve acorralado hasta el punto de considerar poner fin a su vida. Por suerte, un ángel es enviado para disuadirle de su intento, y al más puro estilo Cuento de Navidad de Dickens, le enseña qué habría sido del mundo si él no hubiera estado presente.

La película de Capra rebosa buenas intenciones. Está dirigida elegantemente, con pausado sentido del ritmo que desemboca en un elegante y sobrio resultado, con gusto por el detalle y realismo escénico, de forma que el espectador actual reconoce el sello de una época pero no se encuentra con ninguna barrera imposible de franquear. Asimismo, el guión, con colaboración del mismo Capra, reproduce ambientes con una naturalidad y sencillez pasmosa, dejando que los personajes pongan sobre la mesa auténticas losas sentimentales, maquilladas por diálogos familiares y cotidianos, así como constantes referencias cómicas que alivian el dramatismo y detalles que emocionan y enternecen al espectador.

James Stewart ofrece uno de los papeles de su carrera interpretando a un George Bailey del que a fuerza hay que enamorarse. Capra colma a su personaje de los mejores elogios y, con el riesgo que eso conlleva, lo hace perfecto a ojos de todo el mundo, estén a un lado u otro de la pantalla. Hoy en día, personajes tan odiosamente perfectos no tendrían cabida en el cine, lleno de despreciables que resultan encantadores y buenos a los que quieres ver bien enterrados. Sin embargo, el director consigue que, pese a que su Bailey reúna todas las cualidades que uno pueda imaginar, (y muy pocos defectos) el espectador no sienta demasiada antipatía por el personaje (aunque en determinados momentos esto resultará una ardua tarea) y considere posible la existencia de un ser humano similar. Lo mismo ocurrirá con el resto de personajes en algún momento dado (a excepción del malo malísimo de la función, por supuesto) en el transcurso de una historia que incluye estrellas parlantes, un ángel chiflado y una amor de esos que empiezan tras la primera mirada. El exceso de azúcar y lo descaradamente naïf de la historia echarán para atrás a muchos, que utilizarán el clásico argumento de buenos muy buenos y malos muy malos para rechazarla. Hay que hacer ciertas concesiones para poder disfrutar la película.

Una vez hechas estas concesiones, uno se encuentra con un simpatiquísimo James Stewart, una historia de amor antológica y un final emocionantísimo y optimista. Sí, ya sabemos que no existe nadie tan bueno. Ni tan perfecto. Nadie es un ápice de perfecto de lo que lo es George Bailey. Pero, ¿para qué está el cine?

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