domingo, 6 de diciembre de 2009

SKINS. Serie de adolescentes para adultos



Enero de 2007 fue el mes de Skins, la sorpesa del año en Gran Bretaña, propuesta rompedora como pocas que automáticamente gozó del beneplácito del público y de la crítica. Transgresora, provocativa y dura. Muy dura. Sin precedentes en esto del género teen. Jóvenes perdidos, desamparados, víctimas de sí mismos y de sus progenitores, promiscuos, narcisistas, adictos al sexo, adictos a las drogas, felices y muy, muy infelices. Los vemos naufragar, levantarse, volver a tocar fondo.

Skins no es una serie de adolescentes al uso. Sólo hay que escarbar un poco para comprobarlo:

Primero, su apabullante puesta en escena, exquisita y sobria fotografía. Antológico el comienzo del segundo episodio, en el que la enigmática Cassie abre los ojos rodeada de desorden, suciedad, y restos del caos residual de lo que seguro fue una pasadísima noche de fiesta, con una imagen tratada de forma casi poética acompañada de un motivo musical sesgado y sereno, la calma después de la tormenta, francamente precioso.

Segundo, su forma de contar la historia. Aparte de las relaciones que se forjan o evolucionan, no hay un hilo argumental nítido que hilvane los diferentes capítulos y los conduzca a un final. Los episodios se basan, casi en un noventa por ciento, en dotar de profundidad a sus personajes, un perfecto caso de la intriga al completo servicio de los caracteres. Cada nueva entrega está protagonizada por uno solo de los personajes, durante la cual, observamos el mundo desde un punto de vista único, fundiéndonos con el personaje hasta llegar a un punto casi catárquico. Así, cada nuevo capítulo es completamente diferente del anterior, en estilo y forma, en sensaciones a transmitir, en ritmo o colorido. Cabe considerar el posible handicap de encontrarse con un episodio protagonizado por un personaje que no goce de nuestra simpatía, sin embargo, rara vez se produce el completo rechazo gracias a encontrarnos con personajes tan complejos que sería difícil no encontrar una sola cualidad que nos agrade.


Y la tercera pasa por volver a destacar a unos personajes mucho más vivos y creíbles, pese a las situaciones límite y disparatadas que en muchas ocasiones se ven envueltos, que la mayoría de dramedias para adolescentes; un reparto espectacular, acorde con las edades de los personajes interpretados; y un enfoque adulto insólito. Aquí no tienen cabida el sentimentalismo barato, la enésima relación inventada porque no se sabe qué hacer, a pesar de que los personajes relacionados tengan cero de química; o los giros de guión rocambolescos y desentonantes que tanto gustan en los dramas.

En resumen, un relato oscuro y serio, aunque desenfadado y divertidísimo a veces, quizás abusando de la aparición de los llamados freaks que enloquecen la acción, y un auténtico desfile de padres irresponsables o directamente bochornosos, como también, quizá, abusivo recurso para contextualizar el desarraigo de los personajes protagonistas. Una serie muy cinematográfica, en fastículos de cincuenta minutos de duración, con, quizá, temporadas demasiado breves (8-9 capítulos). Aunque ya conocen el dicho.

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