martes, 9 de marzo de 2010

¿A quién le importa?


Hay temas espinosos, polémicos, que siempre darán qué hablar. La eutanasia es uno de ellos, de esos cuya mención basta para poner los pelos de punta. La gente rara vez se pone de acuerdo sobre las más absurdas nimiedades, y suelen emocionarse demasiado cuando el tema trasciende más allá del saloncito de casa. A todos les encanta opinar. Aunque no les importe lo más mínimo. Aunque no tengan ni idea de qué va la cosa.

El que esté libre de pecado que tire la primera piedra. Pero las voces moralistas no esperan un segundo para lanzarse al cuello, ni prudentes, ni sabias; tan solo arremeten contra todo lo que está a su alcance, sin dar tregua, y siempre en busca de más. Una vida que no es vida nunca debería ser impuesta a la fuerza, pero parece que el papel de juez gusta al populacho, que se cree con la potestad de poder otorgarle a alguien semejante castigo. Luego tendrán el santo rostro de excusarse, alegando hablar en pro de la inviolabilidad de la vida humana o pamplinas similares.


Seamos claros: con el pretexto de dar consuelo a unos fieles que viven por y para el desengaño, la religión, las religiones, a lo largo de los años, se han convertido en una lacra que, hoy en día, en su discurso desesperado y patético que busca llamar la atención, fastidia sobremanera. No se comprende, por tanto, que aún sus instituciones conserven poder, credibilidad, capacidad para movilizar o impedir el avance. Objetivamente, la religión es máxima responsable de guerras e intolerancia, fanatismo y obcecación, engaños y manipulaciones. Y es que estaba claro, un dogma que gusta de opinar de todo y por todos, había de triunfar entre un pueblo cotilla y metomentodo.

Ciertamente, no existe tal debate. O no debería. Por supuesto, habrá miles de casos. Para eso están los entendidos. Pero toda persona con plenas facultades mentales debería ser escuchada. Sólo hay que escuchar. Por un momento, escuchar antes de condenar. Porque sencillamente, a nadie le importa. Algunos se han dado cuenta que castigar con la muerte es un error tristísimo. A ver cuando se dan cuenta de que castigar con la vida supone el mismo sinsentido.

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